Vivir, por supuesto, es un proceso histórico representado en formas orgánicas frágiles y efímeros, moviéndose y circulando por una superficie. Este fenómeno es un proceso de revelación, porque la clave de los significados están en la manera que aprendemos, en las formas de educación.
Además, sabemos que este “material del mundo” proviene de las evocaciones y los episodios olfativos personales y colectivos.
El mundo y el cerebro están conectados a través de una “ecología de la mente” y el sentido del olfato es un ejemplo. Ya no se puede hablar de naturaleza sino de medio ambiente porque es vernos a nosotros mismos dentro del mundo y no sin él.
De este modo, la literatura antropológica, la didáctica y la poética recogen estos saberes, siendo la base necesaria para la actividad científica, tecnológica y social.
Son, pues, los “olores culturales” una oportunidad para el conocimiento, el primer testigo de la fusión con el mundo.